M - Mierda
-
El Dios de
los Pobres
A Francisco F. Villegas
Mí distinguido amigo y compañero: Firmado por Zeda, seudónimo que ha hecho
usted célebre, he leído en la Época un artículo titulado así, en el que hay
este párrafo:
"Quitar á los pobres, á los miserables, á los doloridos su esperanza y su consuelo, robar á los hombres su Dios, dándoles en cambio la duda y la desesperación, sería el colmo de las infamias.”
Lo sería, sí; opino lo mismo. Más para robar una cosa es preciso que exista, y el Dios de los pobres no existe. Por lo menos, yo no sé dónde está: Ni ellos tampoco.
Mi primer impulso al leerlo, fue escribir estas ó parecidas líneas, ya que soy uno de los que tienen derecho á darse por aludidos:
“El colmo de la infamia no sería ese, sino el haber creado un Dios con la mira egoísta y criminal de que los pobres se resignen á sufrir en silencio el hambre, el frío, la injusticia, por la esperanza de alcanzar en otra vida la dicha que disfrutan en ésta los que generosamente les regalan ese Dios. Porque es crueldad inaudita, con honores de sarcasmo, el inventar para los que nada tienen un Dios que nada les da ni para nada les sirve, y en cambio les quita energía para el esfuerzo.”
Mas como resistí el primer impulso, hoy, con tranquilidad perfecta, me limito á decirle á usted, amigo Villegas:
“No quiero discutir acerca de la existencia de Dios; la admito desde luego. Mas como no sé dónde está y anhelo verle, vamos á buscarle.
Penetremos en una de esas habitaciones donde mucho antes de amanecer se ven tres ó cuatro mujeres dedicadas á una labor suicida, que sólo interrumpen una vez al día para tomar á toda prisa un alimento insuficiente, y que no dejan hasta caer rendidas sobre la cama poco antes de medianoche. ¿ Es aquí donde está el Dios de los pobres?
Abriguémonos bien, vayamos á las siete de la mañana al Manzanares, y busquemos á ese Dios entre los témpanos de hielo y la humedad de la niebla, destapemos los miserables cestos en que las infelices lavanderas llevan la comida, y á ver si lo encontramos entre aquellos mendrugos de pan duro, aquellas sardinas saladas y aquellas piltrafas de una carne inverosímil que se agrupan en el fondo. ¿No está aquí tampoco?
Apostémonos una de esas madrugadas de nieve, lluvia y ventisca en las afueras de la población, y veamos entrar á hombres, mujeres y niños que afluyen de los pueblos inmediatos, soñolientos, débiles, calados y tiritando, conduciendo productos para el consumo delos que en aquel instante descansan tranquilos en alcobas confortables, precisamente por no tener ni relaciones remotas con el Dios de los pobres. ¿Viene con ellos acaso?
Corramos al campo y busquemos las huellas del paso del Dios de los pobres en los surcos endurecidos por la escarcha, en los rastrojos quemados por el sol, en los pantanos que exhalan miasmas de muerte; registremos cuidadosamente la tierra removida; agucemos el oído para oír su voz en cada golpe del azadón que, ya al caer la tarde, rendido por la faena de todo el día, de el infeliz jornalero. ¿Se ven alguno de esos sitios?
A las minas no bajemos, porque allí de seguro no está. La humedad, las tinieblas y el grisú alejan hasta la idea de que nadie haya tenido la osadía de inventar ese Dios.
Subamos á las buhardillas, bajemos á las chozas, y en que lo admiremos en la resistencia que tiene el organismo humano para soportar por mucho tiempo los dolores más grandes, las privaciones más horrible, cual si fuese más duradero su martirio.
No; por ninguno de esos sitios ha pasado Dios, ni el diablo siquiera: porque el diablo, aun cuando sea con la perversa intención de perderlas almas, se cuida de que los cuerpos se mantengan en buen estado de conservación para que la carne tenga más ansias de pecar y no halle después medio de salvarse.
¡El Dios de los pobres! Dejemos de buscarlo, culto Zeda, por esas habitaciones sin pan, sin lumbre, sin muebles, donde los niños tiritan desfallecidos, las madres lloran nerviosas, los hombres blasfeman desesperados, pues no encontraremos un rincón siquiera que atestigüe que por allí pasó, y hagamos que lo llamen y lo invoquen los que lo necesitan.
Llámalo tú, madre que no puedes darle pan á tus hijos; llama á ese Dios de tu propiedad, llorando, arrodillada, con las manos juntas, como quieras, en fin; y si acude á remediarte, maldice de cuantos procuramos quitártelo.
Junta tus manecitas é invócalo tú, niña inocente, para que salvé a tu madre, que agoniza por no haber comido en muchos días á fin de que tú comieras algo, y si se te aparece, pídele que confunda á los que negamos su existencia.
"Quitar á los pobres, á los miserables, á los doloridos su esperanza y su consuelo, robar á los hombres su Dios, dándoles en cambio la duda y la desesperación, sería el colmo de las infamias.”
Lo sería, sí; opino lo mismo. Más para robar una cosa es preciso que exista, y el Dios de los pobres no existe. Por lo menos, yo no sé dónde está: Ni ellos tampoco.
Mi primer impulso al leerlo, fue escribir estas ó parecidas líneas, ya que soy uno de los que tienen derecho á darse por aludidos:
“El colmo de la infamia no sería ese, sino el haber creado un Dios con la mira egoísta y criminal de que los pobres se resignen á sufrir en silencio el hambre, el frío, la injusticia, por la esperanza de alcanzar en otra vida la dicha que disfrutan en ésta los que generosamente les regalan ese Dios. Porque es crueldad inaudita, con honores de sarcasmo, el inventar para los que nada tienen un Dios que nada les da ni para nada les sirve, y en cambio les quita energía para el esfuerzo.”
Mas como resistí el primer impulso, hoy, con tranquilidad perfecta, me limito á decirle á usted, amigo Villegas:
“No quiero discutir acerca de la existencia de Dios; la admito desde luego. Mas como no sé dónde está y anhelo verle, vamos á buscarle.
Penetremos en una de esas habitaciones donde mucho antes de amanecer se ven tres ó cuatro mujeres dedicadas á una labor suicida, que sólo interrumpen una vez al día para tomar á toda prisa un alimento insuficiente, y que no dejan hasta caer rendidas sobre la cama poco antes de medianoche. ¿ Es aquí donde está el Dios de los pobres?
Abriguémonos bien, vayamos á las siete de la mañana al Manzanares, y busquemos á ese Dios entre los témpanos de hielo y la humedad de la niebla, destapemos los miserables cestos en que las infelices lavanderas llevan la comida, y á ver si lo encontramos entre aquellos mendrugos de pan duro, aquellas sardinas saladas y aquellas piltrafas de una carne inverosímil que se agrupan en el fondo. ¿No está aquí tampoco?
Apostémonos una de esas madrugadas de nieve, lluvia y ventisca en las afueras de la población, y veamos entrar á hombres, mujeres y niños que afluyen de los pueblos inmediatos, soñolientos, débiles, calados y tiritando, conduciendo productos para el consumo delos que en aquel instante descansan tranquilos en alcobas confortables, precisamente por no tener ni relaciones remotas con el Dios de los pobres. ¿Viene con ellos acaso?
Corramos al campo y busquemos las huellas del paso del Dios de los pobres en los surcos endurecidos por la escarcha, en los rastrojos quemados por el sol, en los pantanos que exhalan miasmas de muerte; registremos cuidadosamente la tierra removida; agucemos el oído para oír su voz en cada golpe del azadón que, ya al caer la tarde, rendido por la faena de todo el día, de el infeliz jornalero. ¿Se ven alguno de esos sitios?
A las minas no bajemos, porque allí de seguro no está. La humedad, las tinieblas y el grisú alejan hasta la idea de que nadie haya tenido la osadía de inventar ese Dios.
Subamos á las buhardillas, bajemos á las chozas, y en que lo admiremos en la resistencia que tiene el organismo humano para soportar por mucho tiempo los dolores más grandes, las privaciones más horrible, cual si fuese más duradero su martirio.
No; por ninguno de esos sitios ha pasado Dios, ni el diablo siquiera: porque el diablo, aun cuando sea con la perversa intención de perderlas almas, se cuida de que los cuerpos se mantengan en buen estado de conservación para que la carne tenga más ansias de pecar y no halle después medio de salvarse.
¡El Dios de los pobres! Dejemos de buscarlo, culto Zeda, por esas habitaciones sin pan, sin lumbre, sin muebles, donde los niños tiritan desfallecidos, las madres lloran nerviosas, los hombres blasfeman desesperados, pues no encontraremos un rincón siquiera que atestigüe que por allí pasó, y hagamos que lo llamen y lo invoquen los que lo necesitan.
Llámalo tú, madre que no puedes darle pan á tus hijos; llama á ese Dios de tu propiedad, llorando, arrodillada, con las manos juntas, como quieras, en fin; y si acude á remediarte, maldice de cuantos procuramos quitártelo.
Junta tus manecitas é invócalo tú, niña inocente, para que salvé a tu madre, que agoniza por no haber comido en muchos días á fin de que tú comieras algo, y si se te aparece, pídele que confunda á los que negamos su existencia.
El Motín 1895
Revista semanal satírica
Anotaciones al
texto, para libremente enjuiciar con el silencio más valorado, el
despacho al gusto de mí…Independencia:
Si amas en igual proporción podrás odiar.
El amor mata.
Si nos demuestra su existencia es precisamente en el acto de
presencia, sino seria algo así:
Una bala por pobre, para el rico y la matanza seria finita, allí
donde la paz del sufrimiento, la comprensión y el entendimiento
engrandece el ser, minimizando la expresión de la humildad del
sentimiento, contrarrestando la razón de los pobres “ficticios”
económicos que mas que alentar e incentivar la vida, propagan la
enfermedad con el vicio de la envidia y el desquite vengativo de la
muerte por no ser participe en su extremo cumplimiento, lo cual su
libertad autoritaria baila en un aquelarre de sangre, salpicada a
borbotones dentro de una orgía de cerebros corrompidos, manipulados
, alineados y enriquecidos con la desgracia propia que proclama la
ajena desde la salubridad del confort y la risa macabra tan traidora
como la daga o el puñal que clava su inmensa y triste condena
intelectual; tan horizontal como plana y que no encuentra consuelo en
su pueblo, poseso y perverso, mezquina propiedad.
Correría la sangre sin más, pues sin Dios no cabe esperar más que
una batalla sin igual, expuesta al mundo por la conciencia pesada que
arrastra y engullen los demonios del mal, haciéndose valer de su
comunal integración y la instalación cómoda del despropósito de
comunión sin punto común alcanzable; que les otorga el tener frente
a ellos un corazón sencillo y aunque no limpio, y menos aun
puro...seguro de su pecado y de su propósito de enmienda.
En la única pretensión de que sea lo que Dios quiera y no lo que
una determinada parte de él, por mucho que de todo tenga que haber
(aunque no cuentes, según matemáticas y matemático, utilice la
métrica) imponga por ciencia incierta y delicada apariencia e
inconsciente ocurrencia.
Momento en el cual la creación, se convierte en un puñado de
administradores y artistas del cante, sin gusto, sin voz y sin arte,
empeñados en rozar los cielos del estrellato, aunque sea estrellando
y borrando estrellas, ya nacidas con señal para lucir y brillar sin
esfuerzo y con el poder de dar sin más que a pecho descubierto.
Mantener la fe es algo más que adorar una imagen, obtener un papel,
oler, tocar o pisar tierra, saborear o acertar a escuchar un sonido,
pero claro está, es algo que se escapa al individuo inmerso en un
botellón de ruido. ¡Imagine! Cuando reunidos en el fuego del
poseído, bajo el vacío de su existencia, atormentada por la
indiferencia y la frágil apariencia de la unión llenan cada día
más de razón, la desesperación sin esfuerzo, sin hacer nada, más
que para su tribu más cercana, que hoy puede ser la del tam, tam,
mañana la del chan, chan; renegando de los amores de los que sin ser
nada, GLORIA A DIOS, construyen amor por tierra sagrada.
Permitiendo que el acto de fe y la grandeza de Dios los deje danzar
en su tempano de hielo y descuartizado corazón, pudriéndose a
pedazos sin compartir ni una gota de su cielo, congelado.
“Busca lo que amas, y deja que te
mate.”
Charles Bukowski.
Salud y paz…ciencia
Mis desgracias.
¡AMOR!
Vivir para
todos
A mi mismo
Estoy envanecido y contento de que mi
vida termine como empezó: Creyendo en la patria, en el amor, en la
abnegación, en el sacrificio, en cuanto levanta los pies del polvo,
eleva el espíritu, ensancha el corazón, y pone do de haber
trabajado constantemente por los desheredados, los que sufren, los
que han hambre y sed de justicia, y haber combatido la iniquidad en
todas sus manifestaciones.
El día que muera, no sentiré
remordimientos por haberme ocupado mucho de mí.
Revista semanal satírica
El día que descubras después de huir, de unir y explorar el
horizonte que hay más allá y después de ti, contemplarás que hay algo
más.
¡Bienvenido!
¡Gloria a Dios!
¡Bienvenido!
¡Gloria a Dios!
Nota desconcertante
Podría escribir mejor y con mayor entrega en cuanto al tiempo y su
enjuiciamiento, pero entiendo que tan sólo a mi debe importarle
esto, por lo que así está, maravilloso...