La vuelta
de Cristo
A Emilio Ruiz del Arbol
Mi querido amigo: Voy á comentar
algunos párrafos de la hermosa carta que usted me ha escrito; que
siempre fué honroso contener con hombres de su talento, su
sinceridad y su cultura.
Me dice en su carta:
“Usted sabe bien la simpatía que
siempre me ha inspirado su campaña anticlerical. Esto no quiere
decir que yo aplauda que á veces se muestre usted, además de
anticlerical, antirreligioso, en el sentido de hablar despectivamente
de Dios en general y de Cristo en particular.
¿Se conoce usted bien, amigo Nakens?
Yo creo que no. ¿Ha pensado usted que si ese Jesús, de quién usted
parece que se burla de cuando en cuando, resucitara, fuese á Madrid
y le dijera: “Pepe, deja la pluma y sígueme”, adiós el Motín,
adiós la república y adiós todo lo que no fuese predicar y aun
practicar la doctrina de Cristo?
Yo á veces, me entretengo en suponer
que Jesús vuelve al mundo, y trato de imaginarme dónde, entre qué
gente buscaría los apóstoles, y, sobre todo, dónde encontraría
quién le siguiera; y así como hay quien se ha entretenido en hacer
una lista de los 100 hombres más notables de la historia, yo he
querido hacer otra de doce, que serían los de los doce sujetos que
se irían tras de Jesús.
Pues bien, no quiero ofender a nadie,
ni ensalzar ni halagar á usted, ni ofenderle tampoco; pero hasta
ahora, en esa lista sólo hay un nombre: José Nakens. Y no le dé
usted vueltas, amigo apóstol, porque hay cosas en uno de las que los
demás saben y pueden saber más y mejor que uno mismo; y yo sé de
usted eso que digo.
Hablando de Jesucristo, ríase, amigo
Nakens, de aquello qu enos decía una vez un cura, de que todo lo
bueno ó lo mejor de la doctrina de Cristo ya lo habia dicho
Zoroastro. Ríase de eso. Antes que Colón había otro navegante
descubierto el mundo de Makinley, antes de Newton había sospechado ó
descubierto Kepler la gravitación universal, antes de Copérnico
sabía Pitágoras que la tierra giraba alrededor del sol y de
Chamberlain, pero siempre será Colón el descubridor de América,
Newton el de la ley fundamental del mundo físico, Copérnico el del
sistema que no justicia lleva su nombre, etcétera, etc. Porque aquí,
amigo Nakens, aquí, allí y en todas partes. Á quien hay que dar
las gracias por las gallinas es al que las trae, no al que las sueña,
las imagina ó las anuncia. Y el que trajo las gallinas de la paz, de
la mansedumbre, de la misericordia, de la caridad, etcétera, etc.,
todas esas gallinas que, espantadas de los mismos á cuyo particular
cuidado estaban puestas, se han desperdigado y escondido Dios sabe
dónde, fué, sin duda alguna, Jesucristo.”
Si otro que usted, amigo Emilio, me
hablara de ese modo, lo tomaría por broma entre delicada y
sangrienta. Viniendo de usted, y sabiendo que realmente siente y cree
de mí todo eso que dice, me halaga sobremanera. Sí, querido amigo.
Supongamos que Cristo es realmente el hijo de Dios, que estuvo en la
tierra hace veinte siglos, y que se da ahora otra vueltecita por
aquí, con las mismas ideas, iguales propósitos é idénticos fines
que antes se trajo.
Supongamos también que me encuentra y
me dice: “¡Eh, Pepito; deja de echar redes en los mares de la
república, abandona tu barco el Motín y ven en pos de mí, que te
haré pescador de hombres!”
Y supongamos, últimamente, que yo no
me atrevo, por respeto ó cortedad, á contestarle: “¡Ay maestro
¿Dónde pescar hombres, si ya no los hay?”, y que lo dejo todo y
me voy con él.
Los primeros días, claro está, no iba
á hacerle objeciones de ningún género; mas conforme él me fuera
dando confianza, ó yo tomándomela, me iría atreviendo.
Le oiría decir, por ejemplo:
“Bienaventurados los mansos, porque
ellos recibirán la tierra por heredad”
Maestro, le objetaría; piensa en lo
que dices. Podrán los mansos ocupar puesto preferente en el cielo,
¿mas poseer ni un celemín de tierra en la tierra? Lo dudo. La
propiedad fué siempre de los fuertes, de los poco escrupulosos, de
los que toman la mansedumbre por debilidad y despojan brutalmente á
los adornados con esa virtud negativa.
“No resistáis al mal; antes á
cualquiera que te hiriere en tu mejilla diestra, vuélvele también
la otras.”
Aconseja, por el contrario, Maestro,
que el hombre se alce enérgico y valiente contra el mal, mira que si
no va á seguir la humanidad convertida en un inmenso rebaño de
borregos destinados á los festines de los lobos. La resignación de
la víctima no detiene al verdugo, antes la excita á apretar el
tornillo más á conciencia.
“Y al que quisiere ponerte pleito, y
tomarte tu ropa, déjale también la capa”.
Maestro, no exageres. Siguiendo ese
consejo, únicamente los malos continuarían vestidos; aparte de que
algo d e eso que apuntas ocurre ya: individuo hay que al ponerle
pleito sobre la ropa, deja también la capa, para salvar siquiera la
piel de las garras de los escribas, que no han variado gran cosa
desde los tiempos que tú los conociste.
“Amad á vuestros enemigos, bendecid
á los que os maldicen, haced bien á los que os aborrecen y orad por
los que os ultrajan y os persiguen.”
Muy bien, Maestro; mas no olvides que
el hombre, fabricado de barro, jamás alcanzará perfección
semejante. Ese precepto, si por acaso fuere cumplido, acabaría de
ensoberbecer á los que maldicen, á los que aborrecen, á los que
ultrajan, á los que persiguen, y no le quedaría al manso, al bueno,
recurso alguno para librarse de sus iras.
Piensalo mejor, y acaso sustituyas ese
precepto con el de usar prudente y oportunamente el revólver.
“Mas cuando tú haces limosna no sepa
tu izquierda lo que hace tu derecha.”
Cuando estemos despacio disertaremos,
Maestro, sobre el tema de que la limosna degrada y envilece al que la
recibe, y despierta en el que la otorga ideas de superioridad que no
se compadecen con la humildad que tanto recomiendas. Ahora sólo te
indicaré, que nadie haría limosnas si no viera así halagada su
vanidad, ó no gozase en la humillación del prójimo, ó no soñara
con que se las cotizarán á precio fabuloso en el cielo.
“No os acongojéis, por qué habéis
de comer, ó qué habéis de beber, ni por vuestro cuerpo, qué
habéis de vestir, ¿no es la vida más que el alimento, y el cuerpo
que el vestido?
Con seguridad, Maestro, que no hablarás
así, si supieras lo que cuesta hoy al pobre agenciarse un poco de
pan para no morirse de pronto, y unos trapos con que tapar sus
carnes. Pensando constantemente en ello, pocas veces lo logra á
tiempo y en la cantidad necesaria; ¿Qué no le ocurriría si no se
preocupase? Ese tu consejo es enervante, y acabaría con las viriles
iniciativas que han ido poco á poco convirtiendo la tierra en
planeta relativamente habitable... á ratos... y en ciertos sitios
nada más.
“Mirad las aves del cielo, que no
siembran, ni siegan, ni allegan en afolfes y vuestro padre celestial
las mantiene; ¿no sois vosotros mucho mejores que ellas?”
Maestro, te advertiré que las aves no
necesitan hacer nada de eso; lo hace el hombre y ellas se aprovechan.
Pero aun admitiendo que efectivamente las mantuviera es padre
celestial, asegúrote, por saberlo de ciencia propia, que no se toma
esos cuidados con el hombre. Por esto me parecía más acertado que
le dijeras: “Espéralo todo de ti mismo y busca en tu propio
esfuerzo la satisfacción de tus necesidades.”
“Pedid y se os dará; buscad y
hallaréis; llamad y se os abrirá.”
Eso que dices, Maestro, es nueva prueba
de que vienes del cielo é ignoras cómo se pajean hoy aquí estas
cosas. Al que pide, aun cuando sea á los que dejaste aquí
representándote la vez primera que estuviste, le echa el guante la
policía, y lo lleva la Guardia Civil, por tránsitos, que para mayor
escarnio llamad de justicia, al pueblo de su naturaleza, donde ya
puede morirse de hambre seguro de que nadie se, ocupará de él. Nada
encuentra el que busca, pues aun madrugando mucho, tropieza con otro
que no se acostó. Y en cuanto á lo de abrir al que llama, no
hablemos; las puertas de los que se jactan de practicar tu doctrina
están más cerradas aún que sus corazones.
“Mas os digo, que más liviano
trabajo es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un
rico en el reino de Dios.”
Maestro, esto me indica que no te
entiendes hace muchos siglos ni cn el sucesor de Pedro, ni con sus
súbditos, y que ni te enteras de lo que pasa en el cielo. De no ser
así, sabrías que los ricos son los únicos que entran en él,
porque acaparan gracias espirituales en vida, y son bendecidos y
perdonados en muerte. Verdad es que ellos son los únicos también
que pueden enriquecer á tus ministros, cada día más ávidos de
riquezas.
“No hagáis tesoros en la tierra,
donde la polilla y el orín corrompe, y donde ladrones minan y
hurtan.”
Este precepto no admite dudas, ni se
presta á interpretaciones. Pues bien, Maestro. El Papa, los
cardenales, los obispos, los frailes, los jesuítas, los sacerdotes,
las monjas, las hermanas, cuantos representan algo en tu Iglesia,
todos atesoran, y de manera escandalosa muchos, y sin reparar en
medios algunos. ¿Quieres más desobediencia en ellos, mayor fracaso
para ti, ni prueba más cierta de que la humanidad no practica tus
enseñanzas? Si los encargados de mantener y esparcir tu doctrina
faltan á un precepto tan claro, ¿Qué no harán con los obscuros?
¿Y cómo no ha de imitarlos el rebaño que los toma por guías y por
pastores?
Y no quiero que me creas por mi
palabra; allá va un dato:
El Papa, tu vicario, el siervo de tus
siervos, el que te representa, el que dispone de las llaves del cielo
donde tan difícil crees la entrada de los ricos, tiene de renta cada
hora del día, de la noche ¡XXXXX! Esto sin contar lo que
diariamente le envían las legiones de frailes, jesuítas y obispos
esparcidos por el planeta, después de quedarse ellos con las tres
cuartas partes de lo que recaudan. ¡ Y en tanto los pobres ovejas de
tu rebaño muriéndose á manadas de hambre y de frío en medio de la
indiferencia de los cielos y de las durezas de la tierra!
Esto te convencerá, Maestro, de que
los más cercanos á ti no han tomado en serio lo de las aves
alimentadas por el padre celestial. Y así anda todo en tu Iglesia.
Si reprodujese la parábola de la viña,
señalando un denario lo mismo al que comenzare aá trabajar por la
mañana, que al que fuese á la hora tercia, ó la sexta, ó la nona,
yo le diría:
Maestro; eso, aun procediendo ajuste
con cada uno, no es equitativo. Y ten por cierto que, de
establecerse, todos los trabajadores acudirían al tajo á la hora
nona, y la viña se quedaría sin cavar. Podrán los últimos ser los
primeros en tu reino; en la tierra los primeros no deben ser los
últimos. El que más hace, más merece; y el que más merece, justo
es que alcance más.
Si le viese inclinado á hacer algún
milagro le diría:
NO hagas más que uno, Maestro; el de
la multiplicación de los panes y los peces, para que todos vean que
no vienes únicamente á tratar de cosas del cielo. Déjanos luego la
receta, para que podamos reproducirlo diariamente, y ten la seguridad
de que sólo con esto cambiaría todo en la tierra, por más que tú
hables siempre con cierto desdén de los detalles relacionados con
las necesidades materiales.
Y te indico que no hagas otros
milagros, por si te rechazan alguno. Tú no sabes lo que por aquí se
ha adelantado en el tiempo que has permanecido tranquilamente en el
cielo. Un ejemplo:
El diablo, para tentarte después del
ayuno aquel de cuarenta días, te propuso convertir las piedras en
pan, y tú saliste del paso con una frase ingeniosa.
Pues bien; aquello que el diablo
consideraba imposible, y por eso te lo propuso, y que tú encontraste
imposible también, y por eso no lo hiciste, lo ha realizado la
ciencia convirtiendo las piedras en abonos que triplican la
producción del trigo, de donde sale el pan. Calcula, por lo tanto,
si no hay que andarse con tiento para hacer ahora milagros en un
mundo que ha realizado el que ni á intentar te atreviste por no
conceder un triunfo á Satanás.
Al verle liado á latigazos con los
mercaderes en el atrio del templo, le diría sollozando y con las
manos juntas:
¡No Maestro, no! Por lo que más
quieras allá arriba, déjalos que trafiquen y roben en el atrio. ¿No
adviertes que si no se meterán dentro como la otra vez, y no podrá
sacarlos nadie? Y si no podemos vivir con los que ya hay ¿Qué va á
ser de nosotros si entran más?
Y si ya en la cruz (ahora moriría en
garrote) hubiera sospechado que iba á perdonar á un ladrón, le
hubiera gritado:
¡No, nunca! Desde el perdón de Dimas
se han producido los ladrones más que la langosta. Seguros de ir al
cielo arrepintiéndose al morir, roban con un celo terrible, lo mismo
fuera que en el templo. Y aun cuando ya sé yo que igualmente robarán
teniendo el infierno á la vista, no conviene que los alientes tú..
Y si un día, de regreso de una nueva
boda de Canaán, un poquito alegre, mi lengua se desatara, he aquí
lo que le espetaría á Cristo:
“Tú eres muy bueno, muy santo y muy
simpático, Maestro; pero reventaste á la humanidad en tu viaje
anterior, paralizando el movimiento de protesta que ya había
iniciado el mundo antiguo.
Nada de lo que predicaste, ni aun lo
más hacedero, ha logrado arraigar en el pecho de los que mantienen ó
siguen tu doctrina. En cambio, muchos de los males que existían se
han agravado.
Predicaste la paz entre los hombres, y
la sangre derramada para que triunfase tu doctrina podría sustituir
al agua del Océano. En tu nombre se ha desterrado, encarcelado,
martirizado y quemado á la humanidad. Por ti se han incendiado
ciudades, han desaparecido naciones, se han exterminado razas. Los
dioses más crueles de las religiones primitivas no recibieron nunca
en sus altares tantas ofrendas sangrientas.
Además, caiste en grandes
contradicciones. Predicaste el amor, y á la vez negaste condiciones
para seguirte al que no abandonará á su padre y á su madre.
Preceptuaste el perdón de las injurias, y condenaste al fuego eterno
al que faltara á tu ley. Te compadeciste de los pobres y de los
débiles, pero les cerraste el único camino que tienen abierto para
salir de su miserable condición: el de la protesta. Al ofrecerles el
cielo como premio á sus angustias, los convertiste en esclavos
sumisos de los malvados.
Las ambigüedades que resultan de
hablar unas veces en sentido recto y otras en figurado, refiriéndote,
ya á la tierra, ya al cielo, han servido admirablemente á tus
ministros para embrollarlo todo en beneficio de sus intereses ó de
su afán de dominación, hasta el punto de que nadie puede formarse
ya idea de las cosas más sencillas que dijiste. De tal manera anda
mezclada la cizaña con la buena simiente, que, siendo imposible
separarlas ya, necesario es quemarlas juntas en el horno.
Y como te debo toda la verdad, por ser
quien eres, óyeme aún, Maestro.
No es la culpa toda de los que han
falseado y mixtificado tu doctrina en beneficio propio; alguna te
alcanza á ti.
Tu religión detiene, no impulsa;
aniquila, no fortalece. Es obscura, tétrica, y el hombre necesita
para ser feliz, requisito indispensable para ser bueno, luz, mucha
luz, y alegría, mucha alegría.
Para seguirte hay que odiar todo lo que
tú no seas, castrarse el sexo y la inteligencia, renunciar á la
razón, abjurar de cuanto alegra la carne y el espíritu, dejar de
ser hombre, en fin.
Tu religión ha sido un fuerte dique
puesto, no á las pasiones humanas, sí al ansia de justicia sentida
por las multitudes. Ella las ha detenido constantemente.
Viniste para levantar a los caídos, y
no se han incorporado; para ensalzar á los humildes, y están
abatidos; para dignificar la pobreza, y se e despreciada.
Tu fracaso no ha podido ser más
completo. Cuanto quisiste destruir está en pie, y cuanto edificaste
por tierra. A puro mirar arriba, el hombre no acierta á asentar
todavía con firmeza su planta aquí abajo.
En la tierra de hoy, á los veinte
siglos de tu primera venida, ni amor, ni paz, ni caridad, ni
mansedumbre, ni misericordia, y tampoco llega el pan del cuerpo ni el
de la inteligencia á cuantos en ti creen y en ti esperan. Y esto, ó
significa que nada de eso puede existir sino en porción exigua, por
ser el hombre como es, ó que tú no acertaste con la fórmula. Y en
cualquiera de ambos casos tu viaje de ahora resultará inútil, á
menos que varíes de fórmula en absoluto y de doctrina en gran
parte.
Por eso se separan de ti los que han
hambre y sed de justicia, después de esperar en vano durante dos mil
años á que tu doctrina hiciese humildes á los soberbios, pacientes
á los iracundos, caritativos á los avariciosos, buenos á los
malos, y viendo que, por el contrario, las desigualdades sociales se
acentúan cada día, las injusticias prevalecen y el pan no llega.
Cansados de lanzar gemidos interminables de angustia y palabras de
súplica, comienzan á hacer oir murmullos de amenaza que van
convirtiéndose poco á poco en gritos terribles. Y por esto,
Maestro, tu vuelta al mundo para nada servirá, si no te traes otras
soluciones que las basadas en la caridad y en futuros premios
celestiales. Y por eso yo, á quien te has dignado llamar, me creería
indigno de la honra recibida, si no te advirtiera el error en que
nuevamente incurres, y no te rogase de rodillas que desistieras de
ofrecerte de nuevo en holocausto por ideas que nada resolverían, aun
cuando el mundo las practicase ahora completamente. Veinte siglos de
miserias, de dolores, de sangre, de exterminio las han desacreditado
para siempre. Y por si algo faltaba, entérate de cómo acaban de
portarse en China los soldados de todas las naciones que te rinden
culto, y dime luego si es posible ni soñar con la redención humana
por el cristianismo.
Esta es, si no la verdad por entero,
una parte de ella, que te hará formar juicio exacto sobre lo
restante.
Aun cuando te lo digan, Maestro, no
creas que nunca me he burlado de ti; me has infundido siempre el
respeto que merecen los grandes equivocados, y más si pagaron su
equivocación con la vida; mas no he podido en ocasiones sustraerme
al deseo de contradecir puntos de tu doctrina. Me dirás que en
muchos casos ha sido mal interpretada. Cierto es. Mas á tu vez
concédeme que ya la interpretación suple á la letra y mata el
espíritu, y que sólo barriendo de la haz de la tierra á los que la
han adulterado, podría fijarse su verdadero sentido. Mas como éste
se halla en pugna también con las ideas de redención social
predominates hoy, nada ó muy poco se adelantaría.
Hoy luchamos en la Tierra por otros
ideales que los del cielo; porque disfruten todos los hombres lso
beneficios de la civilización; por redimir sus cuerpos de la
esclavitud de la miseria; por llevar á sus cerebros la luz de la
ciencia, santo archivo de verdades demostradas. Luchamos también
porque el trabajo, que tu padre impuso como castigo y tú no
glorificaste, sea el único redentor; porque el mundo, de valle de
lágrimas que es, se convierta en vergel de alegrías.
A esto se dirigen los esfuerzos de los
grandes luchadores. ¿Quieres tú formar el primero en sus filas? Tus
condiciones de apóstol te indican para ese puesto.
Una cosa he de advertirte: que la
predicación durará, no tres años, sino muchos; que la pasión no
será de una semana, sino de toda la vida; que en vez de abofetearte,
te deshonrarán, y de azotarte, te matarán de hambre; que serás
sentenciado sin que un nuevo Pilatos se lave las manos siquiera; que
no tendrás en tu ascensión al Calvario otro Cirineo que tu
conciencia; ni una Verónica que enjugue el sudor de tu rostro, que
el pueblo por quien te sacrificas verá indiferente tu suplicio, y
que tu agonía será coreada por las risas brutales de muchos de
aquellos por quienes te inmoles.
¿Quieres, repito, después de saber
esto, ponerte á la cabeza de los que luchan? Pues adelante. Si la
fatiga es grande, la obra es colosal; mas, en cambio, no hay gloria
eterna en perspectiva que pueda hacer dudar del desinterés completo
con que irás al sacrificio.
Pero si no quieres, si persistes en la
idea de buscar la redención del hombre aquí abajo por los medios
que la otra vez, fijate bien, Maestro, en esto que voy á decirte con
todo el respeto que tu buena intención merece: Vuélvete al cielo,
aun cuando dejes incumplida tu misión esta vez. Tu padre te
disculpará al sabey quemando en el de tu padre; tu doctrina
sirviendo de pabellón á mercancías morales averiadas, y tus
máximas humanitarias volviéndose contra los que viniste á redimir
hace veinte siglos, para esto, Maestro sublime, ahórranos el
espectáculo de tu pasión y de tu muerte y déjanos seguir por el
camino ya emprendido: el que conduce al reino de la paz que tu
religión no ha podido darnos, y en el que la palabra mansedumbre se
verá sustituida por la de energía, la de resignación por la de
protesta, la de caridad por la de justicia, y mejor aún por la
equidad.
Así hablaría yo á Cristo.
Y dígame usted ahora, querido Ruiz del
Arbol, que me pone el primero en lista para seguirle:
¿Cree que estaríamos juntos siquiera
una semana, por mucha que fuera su paciencia, su tolerancia y su
bondad conmigo, si yo le hablara de esa ó parecida manera?
Antójaseme que no.
El Motín 1901
Revista semanal satírica
Anotaciones al
texto, para libremente enjuiciar con el silencio más valorado, el
despacho al gusto de mí…Independencia:
Lo que ayer señalabas con
maldad, hoy te absorbe con vulgaridad... Cada uno tiene lo que se
merece o, cree merecer...
Y es de Dios la justicia y
la libertad de Cristo resucitado, el poder.
!Feliz navidad!
Criaturas de
Dios.
Antojéseme que sí, pues
ni volverá, ni se irá, siempre estuvo aquí y con el sufrimiento,
en la alegría con su miseria y su desgracia, por y para ti.
¿Diooooooooooos, por qué
me has abandonado?
Sigue aquí... aunque no
creas.
¡ABBA!
“Sonríe, pues ya
tendrás tiempo de llorar”
;)
“Busca lo que amas, y
deja que te mate.”
Charles Bukowski.
Salud y paz…ciencia
Mis desgracias
Estoy envanecido y contento de que mi
vida termine como empezó: Creyendo en la patria, en el amor, en la
abnegación, en el sacrificio, en cuanto levanta los pies del polvo,
eleva el espíritu, ensancha el corazón, y pone do de haber
trabajado constantemente por los desheredados, los que sufren, los
que han hambre y sed de justicia, y haber combatido la iniquidad en
todas sus manifestaciones.
Podría escribir mejor y con mayor entrega en cuanto al tiempo y su
enjuiciamiento, pero entiendo que tan sólo a mi debe importarle
esto, por lo que así está, maravilloso...