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24 de septiembre de 2012

Una de tantas, soberbias ya juzgadas.

Ella estaba tan quieta, como el mástil de la goleta en varadero. Día de calma, mar blanda y bruma espesa.
Ella arrogante, vigilante, desde su peldaño de un Madrid, sureño, fría como el hielo.
La guitarra ejercía  de enlace, entre la calle y el estante que la ensalzaba, deslumbrante. La brisa fresca de una incierta primavera Árabe, se sentía en las piedras, donde descansaban mis pies descalzos...

De repente, el yo poeta armado con las balas de tinta, sobre papel dorado; me dirijo hacía ella, con la alegría de un cometa, estrellandome contra el muro de mi existencia. La tierra que se hunde con total transparencia. Te engulle con la sorpresa de la falsa y normal apariencia.
Sudores no olí, esfuerzos de otro cuento, de otro país, no vi. Comprendí en esté momento que, a todo su ser, se le lleva el viento del estado y su gobierno. Donde a cualquier cosa, llaman trabajo y con el, la excusa, el atajo, que oculta la responsabilidad de la persona, con la humana zona de alto riesgo y que no dejamos, pues siempre orgullosos, nos traiciona, por honor y gracia del tajo. Viva el trabajo!

Ella exuberante, radiante, inmóvil, cual soldado británico asqueado por los flashes de cualquier desgraciado, qué hace del momento de sobriedad, un teatro ridiculizado.
Ella descuidada, quizás olvidadiza para con el compromiso de una amable recepción o, exenta de toda obligación moral de ser digna, para con el derecho de comunicación y protocolo.
Y sobre todo, por la pureza del tomarse un desempeño con la naturalidad altruista, distinguida de ser antes que empleada, dueña, esclava o amante de la rutina. Mujer que en sonrisas no escatima.

Pudiera que en su momento laboral, toda energía fuese absorbida, sin medida. Dejando la generosidad en palabras, para otro día, quizás y a saber, si descansa de su apatía, de su que hacer, de día a día.

Ella estaba trabajando, y ni preguntas admitía.
Cuajado en espanto, el yo poeta se dio la vuelta y recito su melancolía:

La dejaremos trabajar. Halagos le sobran o le sobrarán. Los míos no le son necesarios, si no los acompañan las monedas que rellenan su calendario...laboral. 
Pues anda hija, sigue haciendo por trabajar. Que no son besos los que demando, si no ánimos los que voy regalando. Y no quisiste más que con desprecio, que de tu puerta me fuera alejando, para no oír más la guitarra, que seguro te acompaña, cuando estés llorando.

Ella estaba tan quieta, como el mástil de la goleta en varadero. Día de calma, mar blanda y bruma espesa.
Ella arrogante, vigilante, desde su peldaño de un Madrid, sureño, fría como el hielo y aun su silueta se dibuja  en la noche, alumbrada con el farol del mentidero.

Ella estaba trabajando, y ni saludos admitía.
Curado de espanto, el yo poeta se dio la vuelta y, siguió caminando.

Saludando con, indiferencia.

Nota: La atención al público nunca jamás se puede mirar por la apariencia. Consejera la educación hace de la amabilidad, una señora diferencia y una humana, y respetuosa, presencia.